lunes, 24 de octubre de 2011

Propuestas de ciudad. Entre la Polis griega y la Civitas romana

En la antigua Grecia helénica, Aristóteles definió con claridad lo que él mismo entendía por ciudad (polis) y ciudadanos (zoon politikon). En esta definición fundacional, la idea de ciudad va más allá de la mera entidad física con sus edificios, plazas, calles y demás complementos urbanos. Lo que realmente da sentido a la ciudad son los ciudadanos activos, los que participan, los hombres “asociados”. De ahí que no sea suficiente con vivir en la ciudad para ser llamado ciudadano. En la polis griega, el individuo pierde protagonismo para formar parte del todo, lo particular pierde fuerza para cedérsela al grupo y formar así una unidad política. Desgraciadamente, lo que hoy conocemos por “política” ha sido usurpado por grupos de poder con intereses generalmente ajenos a los ciudadanos, los “políticos” originales.
Curiosamente, la palabra latina que designaba a las ciudades en el Imperio Romano, la civitas, también da origen etimológico a un comportamiento ciudadano: el civismo. Sin embrago, la gran diferencia entre la polis griega y la civitas romana fue la planificación de ésta última, o sea prever los problemas que una gran concentración de ciudadanos provocaría, reflejada en incontables obras de infraestructura: acueductos, puentes, murallas, teatros, caminos, etc. Cuando esta estructura física era completada, se utilizaba otro término: urbs, la urbe. Los griegos no llegaron tan lejos.
A principios del siglo XXI, no es exagerado afirmar que el futuro de las ciudades es el futuro de la Tierra. El ser humano es ahora primordialmente habitante de las ciudades: contamina, consume, desecha, se mueve y devasta sin parar. En este contexto,  haría falta redefinir una nueva forma de civitas; una ciudad con toda la infraestructura suficiente e inteligente para soportar la cantidad y la calidad de los problemas de sus habitantes para llegar a ser una verdadera urbis contemporánea.
Sin embargo, esta tarea no puede ser integral sin definir una estrategia de recuperación de la ciudad para los ciudadanos. Una nueva forma de Polis. Efectivamente, no es suficiente llevar a cabo cambios y transformaciones solamente en un sentido material- tecnológico, sino también en el simbólico. Es decir, no basta con resolver los problemas de tráfico abastecimiento y desalojo de agua, movilidad, usos de suelo, dotación de vivienda, etc. La pérdida de la belleza en nuestro medio ambiente es sinónimo de la desaparición de nuestra capacidad de idealización y nuestro respeto por la dignidad humana y corresponde a una pérdida de la esperanza.  Estas soluciones de ciudad deben referirse a imágenes enraizadas en nuestra memoria colectiva, una nueva ciudad que trate a nuestra existencia no como cuerpos materiales o mecánicos en un mundo objetivo de datos, estadísticas y números, sino como dice Alberto Pérez-Gómez, en una red de intenciones y posibilidades moduladas por la imaginación.
Las nuevas propuestas deberán mostrar que las acciones e intervenciones urbanas deben resolver en primera instancia los problemas utilitarios, -los de la civitas- los problemas de infraestructura -los de la urbis-, y en mayor medida los problemas de los ciudadanos -los de la polis-, los de ese animal político aristotélico en toda su dimensión, física, emocional y espiritual.
Más influencia y menos imposición, más poesía y menos planeación.
Armando Carranco
Artículo parcialmente editado y publicado en Teoría + Praxis, Grupo ENADII, edición particular, México 2011.