miércoles, 15 de diciembre de 2010

La necesidad de la Teoría y la Historia en la enseñanza de la Arquitectura

Por Armando Carranco
La presente reflexión parte de la lectura de un artículo publicado por Lorenzo Rocha en la revista Arquitectónica No. 8 editada por la Universidad Iberoamericana titulado ¿Es posible enseñar a diseñar?[1], para analizar la utilidad de la enseñanza de la teoría y la historia en las escuelas de arquitectura. En el mencionado texto, Rocha responde a la pregunta planteada con un contundente NO. No es posible enseñar a diseñar.  Y yo comparto la aseveración.
“El diseño (arquitectónico, gráfico, industrial) no existe en una forma pura. En la práctica se manifiesta únicamente a través de las obras… El diseño solo se puede practicar, no enseñar. Decía Per Mollerup: “En la educación del diseñador nada puede enseñarse, todo debe aprenderse”… ¿Cuál puede ser la tarea del profesor de diseño? Asesorar al alumno y aportar su experiencia real para contribuir al éxito de una “práctica asistida” del proyecto”.[2]
El Maestro Carlos González Lobo lo ha dicho de otra manera: “La arquitectura no se puede enseñar, pero desde la escuela podemos enamorar a los alumnos de ella”.
Si partimos de la premisa de Mollerup, entonces ¿Cuál puede ser la tarea y la utilidad del profesor de Teoría y de Historia? Creo que debemos primero reflexionar desde la Teoría y la Historia mismas. Siendo prácticamente imposible la materialización de las ideas de los alumnos de arquitectura, se hace más que necesario el aprendizaje de la Teoría y la Historia para sustentar una “arquitectura de papel” que no tendrá mayor repercusión en lo económico, urbano y constructivo porque no se va a edificar, no se va a comprobar en la realidad. Esta “práctica asistida” de proyecto, cimentada en argumentos y reflexiones solo tendrá valor en tanto promueva una capacidad crítica y analítica en el alumno, que verá su comprobación y utilidad en la práctica real en el futuro.
¿Para que sirve la Historia? Dejo que el periodista Héctor Aguilar Camín responda: “La historia es para aprender de la vida, de tu país y de otros países. No hay ningún lugar en donde sea posible entender tanto de la naturaleza humana como en la historia; no hay espacio mejor que la historia bien escrita, bien pensada, bien investigada. Yo diría eso, que la historia es para aprender cómo es la vida. La historia es un universo muy grande, cada generación escoge o debería escoger el pedazo de historia que le es significativo y necesita para enfrentar su propio tiempo. Esa es su utilidad. No hay tal cosa como un pasado que está ahí y todos recogemos, el pasado es siempre una pulsión de las pasiones del presente y ahí, en el presente, es donde la historia se va haciendo útil, necesaria, nos muestra que el camino que vamos a emprender viene de algún lugar, del sueño que tenemos de la transformación del país; a través de los desafíos que presenta cada momento histórico hay algo así como una conversación de las generaciones”.[3]
Es decir, la historia tiene una utilidad práctica en el presente y futuro de las actividades de la naturaleza humana, como la arquitectura. No saber historia de la arquitectura conducirá a una práctica sin objetivo fijo, a repetir los errores y a perder identidad, si es que existe.
¿Para qué sirve la Teoría? Primero, para reflexionar. Peter Eisenman sostiene con sus textos y su obra edificada que antes del acto creativo pragmático debe haber un acto de reflexión. La expresa voluntad de hacer que la Teoría preceda a la práctica es su método de proyecto, es decir, el proyecto nace de la Teoría. Numerosos arquitectos en todo el mundo siguieron su consejo dando cuerpo a momentos ricamente intelectuales y obras con un gran sustento ideológico. La forma por la forma no cabía en estas posturas, aunque los resultados a veces parecieran decir lo contrario. Lo peligroso viene en el otro sentido. Las formas sugerentes del Star system, innovadoras, “originales” son altamente seductoras y en manos y mentes poco educadas solamente son burdas copias sin sentido y sin sustento. Los estudiantes son un público cautivo fácilmente atrapable en este campo, de ahí que los concursos y trabajos académicos las más de las veces son meros refritos de éstas formas impuestas, importadas de las publicaciones y web pages de moda, haciendo que el naciente ego arquitectónico de los más jóvenes esté más cerca del usufructo de eventualidades que del dominio y conocimiento de un oficio. En alguna ocasión un estudiante me lo dijo de la manera más sincera: nosotros solamente necesitamos tres cosas para proyectar: café, revistas y AutoCAD. O lo que es lo mismo, la ausencia de Teoría resulta en la eficacia de lo inmediato y la exaltación de lo meramente visual. Sin embargo, en la academia esto no tiene mayor repercusión que una calificación más o menos objetiva. El problema viene en la práctica profesional, en el arquitecto formado en la autocomplaciencia y la inmediatez que carece de autocrítica y oficio. El resultado es la arquitectura autista, la falta de sensibilidad al contexto urbano y natural, la incomprensión de la historia, de los fenómenos sociales urbanos, de la función del espacio público, el dejar que sean estrategias inmobiliarias y comerciales lo que rijan el destino de las ciudades, entre otros males que aquejan a la arquitectura actual.
Conclusión.
La Teoría y la Historia deben ser el eje de la formación de un arquitecto. El proyecto escolar debe ser únicamente la posible comprobación de un ejercicio intelectual que en la escuela es prácticamente imposible materializar.
La Grecia clásica estableció  a las artes humanas como el balance entre tres aspectos filosóficos: Poiesis, Tekné, Praxis. La primera es la Teoría, la última el ejercicio profesional. Si en la escuela quitamos la primera y no es posible ejercer la tercera ¿qué tipo de enseñanza mutilada e incompleta estaremos promoviendo?


[1] Rocha, Lorenzo. ¿Es posible enseñar a diseñar?, en Arquitectónica No. 8, Año 4 Otoño 2005, Departamento de Arquitectura y Urbanismo Universidad Iberoamericana, México 2005.
[2] Op cit. Pp 29.
[3] Entrevista a Héctor Aguilar Camín publicada en Milenio Diario, domingo 22 de agosto de 2010.

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